SOBRE EL AUTOR

Marcelo Ferrari
LA OLA, el más reciente trabajo del celebrado cineasta Sebastián Lelio, se despliega ante nosotros como un tapiz intrincado, un viaje que simultáneamente nos eleva y nos confronta. Es un espectáculo cinematográfico exultante en su audacia visual y sonora, y a la vez profundamente triste en su eco de luchas latentes y anhelos aún por cumplirse. Como suele suceder en los grandes movimientos sociales, en los estallidos sociales que buscan reconfigurar el orden establecido, el entusiasmo es vital, pero a veces desmedido, y surgen sueños colectivos pero cruzados por contradicciones en su propio corazón.
El argumento, en su esencia, nos transporta al contexto de efervescencia social y política del movimiento feminista, donde un grupo de jóvenes decide alzar su voz y movilizarse. Lo que comienza como un impulso de protesta y búsqueda de cambio se transforma en una experiencia colectiva que desafía las estructuras de poder y las normas establecidas, explorando las complejidades de la solidaridad, la resistencia y la propia identidad en medio de la lucha.

Para algunos, LA OLA es una película que llega a destiempo, ya que la euforia feminista que respira en el filme es percibido hoy con cierto descrédito por lo que ocurrió post estallido social, o quizás es visto ya con cierta tristeza nostálgica.
Para otros, es una película que está precisamente más allá del tiempo histórico, político, social del minuto, de hoy o de ayer. Porque LA OLA nos conecta con complejidades de muy larga data, hacia el pasado y al parecer hacia el futuro. Porque nos cuestiona con preguntas, nos entusiasma y luego nos golpea con el despligue en la pantalla cinematográfica -colorida y musical- con fuertes contradiciones humanas de todos los tiempos.
Una vez más, en el gran cine de Sebastián Lelio, se agradece enormemente el atrevimiento poético como herramienta narrativa fundamental. No se trata de un mero adorno estético, sino de un lenguaje que penetra en la esencia de lo real, que permite expresar pulsiones y contradicciones que a menudo escapan a una representación puramente mimética. Lelio no filma la protesta; filma el sentimiento de la protesta, el torbellino emocional que la impulsa.
Se trata, en definitiva, de gran cine, porque en sus imágenes visuales y sonoras –y esta vez, de manera brillante, a través de una propuesta musical audaz y coherente– expresa, con una maestría que oscila entre lo realista y lo poético, las grandes preguntas, las pulsiones más profundas y los anhelos más vitales del ser humano. Lelio, con su habitual sagacidad, se adentra en las complejidades del alma colectiva, desgranando las contradicciones inherentes a cualquier proceso de transformación social.
Es eso y mucho más, en clave musical, esplendoroso y desgarrador. Una vez más, Lelio poetiza zonas completas, incluyendo la coexistencia inherente de la belleza y el dolor.