
Hay algo en las carreras de Fórmula 1 que genera una adicción no muy fácil de explicar. Mucho más allá de automóviles corriendo por las pistas, premios, espumantes que revientan en el podio y muchísimo glamour, existe también el zumbido del motor, la estrategia, el control de una máquina que no puede ser abordada por cualquiera. La carrera de automóviles nos muestra una extensión del ser humano en una velocidad inalcanzable. Un sueño que no podemos olvidar.
El cine, por su parte, también ha comprendido la fascinación de la velocidad. Hay todo un tipo de películas que incluyen este tipo de imágenes, pero no podemos olvidar que también, una de las grandes máximas del inicio del cinematógrafo fue precisamente, mostrar a la máquina en movimiento. No es solo una instantánea, es un pase para la ensoñación.
F1, la más reciente entrega de Joseph Kosinsky, parte como una película sin más pretensión que ser un blockbuster. La presencia de una superestrella del cine como Brad Pitt, junto a Javier Bardem y Kerry Condon, aseguran entretención y un box office abultado, tal como siempre es deseable en este tipo de filmes. Sin embargo, la película tiene mucho más que eso. Es una fijación por el poder de la imagen.
Su protagonista, el piloto de carreras Sonny Hayes (Pitt) es un conductor a sueldo que participa en carreras de clase B. Nada como la Fórmula 1, competencia que le ha estado vedada desde un accidente en su juventud, hasta que su viejo amigo Rubén Cervantes (Bardem) lo convoca a su equipo, conformado por el novato Joshua Pierce (Damson Idris) y un grupo de técnicos que se proponen llevar al grupo al triunfo. “Este es el único lugar en donde, si ganas, eres el mejor del mundo”, dice Rubén. Y conforme pasan los minutos, los espectadores también creemos en eso.
Si Kosinsky fuese un director conformista, probablemente nos hubiésemos encontrado con una película más. Es fácil convencernos de que una película de acción es algo ligero. Sin embargo, Kosinsky se toma las cosas en serio porque el movimiento en pantalla nunca ha dejado de ser una cosa muy seria. La precisión de su cámara, afinada con el director de fotografía Claudio Miranda no sólo nos lleva al juego de la velocidad, sino que nos instala en un mundo en movimiento al que ninguno de nosotros es capaz de acceder, a no ser que seamos pilotos de la F1. Nos encontramos con cámaras subjetivas que parecen planear sobre la pista, mientras seguimos los gestos de Hayes dentro de su automóvil. Brad Pitt, que en los 90 fue considerado solo una “cara bonita” y con el tiempo se convirtió en un actor respetado en todos los niveles, nos muestra que se puede actuar con solo cambiar un rictus. Así, el tipo mayor y cool del principio del filme, comienza a mostrar fragilidades y miedos a medida que transcurre el metraje, manteniendo una presencia que, seamos francos, jamás ha podido ser pasada por alto.
Todo menos sutil, podríamos decir, pero ahí está la gracia. Porque tal como dijimos en un inicio, el cine, ese que se forjó hace 120 años, selló su gran diferencia con otras artes a través del movimiento. La posibilidad de maravillarse frente a esto y de representar el desplazamiento en pantalla fue lo que hizo que cientos de personas entraran al cinematógrafo. La historia del cine está marcada por los esfuerzos concertados de proveer la sensación de “estar ahí”, y por lo mismo, cámaras fantasmas, planos en primera persona, y el posterior uso de otras maquinarias han sido movidas por esa obsesión. Kosinsky logra, junto a su director de fotografía y el montaje de Stephen Mirrione, generar nuevamente esa sensación de asombro en los espectadores. La técnica está situada pero no a la vista, por lo que la acción fluye como un solo cuerpo. Y, en efecto, el ritmo, la velocidad y el control son elementos imprescindibles a la hora de coreografear, algo que en esta película se logra y sorprende. No solo son los automóviles y su velocidad; es una gran puesta en escena que se desplaza al unísono. A veces olvidamos por qué vamos al cine, pero jamás dejamos de amar a las películas. Un filme como F1 nos hermana con los primeros espectadores, esos que no sabían que podían ver un tren en movimiento hasta que vieron su reflejo en el telón. Nosotros aún podemos maravillarnos por ello. Que buen momento para ser cinéfilo.
SOBRE EL AUTOR

Alejandra Pinto
Alejandra Pinto López, crítica y mediadora de cine, coordinadora de cinechile.cl. Panelista de Comunicarte, Radio UNIACC.