SOBRE EL AUTOR

Diego Méndez
Diego Méndez es estudiante de Periodismo, UNIACC. Pasante de Radio UNIACC.
El 12 de agosto de 1887 nacía Erwin Schrödinger, uno de los físicos más importantes de la historia. Entre los tantos motivos de su fama se destaca su experimento mental conocido como “El gato de Schrödinger”; esta teoría ilustra el concepto cuántico de la superposición (un objeto en múltiples estados a la vez) y el colapso de la función de la onda al ser observado.
¿Cómo lo ilustró?
En una caja cerrada, un gato está conectado a un dispositivo con un átomo radiactivo. Si el átomo se desintegra, el dispositivo libera un gas venenoso y el gato muere; si no se desintegra, el gato vive. Hasta que se abra la caja y se observe, el átomo (y por ende el gato) está en una superposición de dos estados: desintegrado y no desintegrado, es decir, el gato estaría vivo y muerto al mismo tiempo. Al abrir la caja, el estado de superposición colapsa a uno de los estados posibles.
Pero, ¿por qué el físico llegó a crear esta teoría, ya implantada en el subconsciente cultural?
Esa es una de las tantas preguntas que el escritor chileno Benjamín Labatut (Países Bajos, 1980) intentó vislumbrar en “Un verdor terrible”. El libro cuenta con cinco partes, las cuales exponen, al mismo tiempo, la belleza y el horror de diversos descubrimientos científicos, como por ejemplo la creación (o el accidente) que originó el cianuro.
El capítulo que atañe al ya mencionado Schrödinger se emparenta con otra eminencia: Werner Heisenberg (1901 – 1976). Esta parte es una lucha entre dos mentes brillantes pero, también, extremistas. Se nos cuenta cómo la muerte, la locura, el placer y la humanidad mutan, luchan, se reconcilian y se transforman en esta masa informe que es capaz de absorber hasta al cerebro más privilegiado. Aunque en esencia, ambos hayan estado al filo de uno de los descubrimientos primordiales de la historia, la búsqueda de la verdad, o de algo cercano a ella, los llevó a la insatisfacción y a la incomprensión durante el resto de sus vidas: todo descubrimiento tiene su repercusión.
Si en “Un verdor terrible” Labatut nos enfrenta al lado oscuro de la física cuántica, en “MANIAC” traslada esa tensión a los albores de la computación moderna y la guerra nuclear. “MANIAC” se centra en gran parte en János L. Neumann, mejor conocido como John Von Neumann: según Albert Einstein, el hombre más inteligente del siglo XX.

Basándose en los desarrollos de Alan Turing (1912-1954), Neumann hizo posible el primer computador tal y como se utiliza hoy. Es este computador el que le da nombre a la novela; esto puede ser considerado una maravilla por muchos y una condena para otros.
Pero, lo que más sorprende, es que uno de los ejes fundacionales de la MANIAC fue la participación de Von Neumann en el Proyecto Manhattan, en el cual vio como Richard Feynman (1918 – 1988) separó a las esposas de los participantes del grupo de Los Álamos en grupos para calcular ecuaciones matemáticas de forma aislada: “igual que una computadora”, pensó Von Neumann.
O ese es el artificio que utiliza Labatut para engancharnos: con un lenguaje directo (pero sin ello perder fuerza o poética), te sumerge en la vida de estos genios, en los vericuetos de sus mentes y de sus vidas, y en cómo alcanzaron la fama (en muchos casos perdiendo la cordura en el proceso).
En una entrevista para BTG Talks, el escritor declaró que no se interesaba demasiado por la forma de sus historias: piensa que la parte más importante del proceso creativo es la gestación en la cabeza y la documentación que subsigue a eso (o viceversa); la forma, por así decirlo, se construye a sí misma.
A pesar de esto, siento que la forma de ambos libros es esencial al momento de capturarnos: “Un verdor terrible” utiliza el formato de ensayo en sus primeras dos narraciones. Pero, a partir del tercero, la ficción comienza a empapar y a desdibujar poco a poco los hechos reales, creando escenarios contemplativos y terroríficos (en la mayoría de los casos utilizando los flujos de conciencia de los personajes para edificar estas situaciones).
“MANIAC”, por su parte, recurre a tres historias que se hilan de forma indirecta:
Empezamos con el físico Paul Ehrenfest, una especie de guía espiritual y educacional para los físicos de su época, y cómo este fue cayendo en la depresión y la locura al ver la incomprensión que trajo consigo la revolución de la nueva ola de matemáticos, lo que lo lleva a asesinar a su propio hijo antes de suicidarse.
La segunda parte alude al ya mencionado John von Neumann, que representa sin saberlo, todo lo que Ehrenfest comenzó a despreciar antes de su deceso; sin embargo, al más puro estilo de “Los detectives salvajes”, de Roberto Bolaño, Labatut acude a declaraciones ficticias de variopintos personajes que pudieron acceder a la vida y mente de von Neumann.
La tercera y última parte habla de la reciente partida (2016) de Go, que enfrentó al campeón Lee Sedol y la Inteligencia Artificial Alpha Go: descendiente directa de la MANIAC.

Siendo un lector fanático del ya mencionado Roberto Bolaño (al igual que el autor que nos convoca), Benjamín Labatut me hizo sentir lo mismo que me hicieron sentir las páginas de “Los detectives salvajes” o “2666”: era como si mi cabeza y mi cuerpo fuesen a explotar; se me puso la piel de gallina, como si cada vello de mi cuerpo estuviese a punto de ser expulsado a base de pura presión cerebral. Quizá sea eso lo que los escritores denominan como éxtasis.
Una cosa fue clara para mí: no salí de estos libros indemne. El final de “MANIAC”, con su tono periodístico, fue capaz de hacerme temblar en el asiento; veía cómo mis manos tiritaban mientras no era capaz de despegar los ojos de la tinta impresa en el papel amarillento de la Editorial Anagrama. No sabía si era emoción o miedo. Lo más probable es que fueran las dos, porque (como expone Labatut en la mayoría de sus entrevistas) el mayor miedo del hombre es a la realidad y a los límites de ésta.
Como el gato de Schrödinger, nosotros también quedamos atrapados en una superposición: fascinados y aterrados, entre la razón y la sinrazón.