SOBRE EL AUTOR

Diego Méndez
Diego Méndez es estudiante de Periodismo, UNIACC. Pasante de Radio UNIACC.
El sábado pasado, cuando salí de la estación Santa Lucía, un escenario sobrecogedor me recibió: la calle cortada, el cerro vacío y panfletos repartidos por el concreto, como si una explosión de panfletos hubiera estallado. Era 18 de octubre. Caminé rápidamente por Mac Iver, girando después en Moneda. Había llegado.
Los muros blancos con decorado dorado del Teatro Municipal de Santiago fueron un contraste radical; mientras en la calle no había un alma, aquí se gestaba todo lo contrario: gente moviéndose a lo largo y ancho del recibidor, comprando pasteles y café en un pequeño kiosco de “Cory” en una esquina, o dirigiéndose a un puesto en el que había vinilos y poleras. ¿De quién eran esos vinilos y poleras? De Carlos Cabezas y sus proyectos musicales.
Después de diez minutos de espera, me condujeron a mi butaca. El color granate de las cortinas del escenario del TMS tiene algo magnético para mí, me sentía casi como en la Logia Negra de “Twin Peaks”. Probablemente esta sensación se acrecentó por el sonido ambiente que decidieron usar para mitigar la espera de la llegada del señor Cabezas al escenario (un ruido selvático-acuático, con graznidos de pájaros de fondo).
La tensión cortaba el aire: por lo general, estoy acostumbrado al ruido excesivo del público antes del inicio de un show. Pero aquí, era un silencio casi absoluto, roto solamente por las personas que seguían llegando e instalándose en sus butacas. Era como si el sonido ambiente y la cortina granate nos hubiesen inducido algo cercano a un estado de trance.
Este trance se rompió cuando un hombre alto, canoso, con una especie de abrigo gris cruzado por líneas naranja ingresó. Un reflector se posó sobre él con rapidez, permitiéndonos ver a Carlos Cabezas, con una sonrisa en su rostro.

Se sentó frente a un escritorio antiguo, cubierto de equipos retro, y a su lado una guitarra Gibson Les Paul con Bigsby de un color que me pareció el Heritage Cherry Sunburst (un color amarillento al centro del instrumento, que hacia los bordes se va tornando en un precioso rojo caramelo). De repente comenzó a manipular los equipos sobre el escritorio, generando sonidos como de cinta antigua, de esas que usan los raperos para generar sus samples. Estos sonidos se mezclaron con voces –masculinas y femeninas– que parecían declamar algo a partir de fragmentos de letras de su discografía, mientras las máquinas me encandilaban con luces blancas, verdes y rojas.

Entonces Cabezas tomó su guitarra y comenzó el show: acompañados de luces rojas, la “Banda del dolor” nos dio a todos un izquierdazo con la fuerza innegable de “Bailando en silencio”.
Lamentablemente, no tengo el espacio suficiente para pararme a desglosar las veintidós canciones que compusieron el “Mil Cabezas”, pero puedo destacar la performance en canciones como “Maldita”, “Ruido”, “Amor del cielo”; quiero darme un espacio para destacar el monstruo feroz que fue la versión cuasi jazz de “Has sabido sufrir”: durante el tercer acto del espectáculo, llamado “Boleros” –porque sí, se dividió en actos– Carlos fue acompañado de Camilo Salinas, Fernando Julio y Danilo Donoso durante tres canciones: “Adiós amor” y las ya mencionadas “Amor del cielo” y “Has sabido sufrir”. Durante este último tema el contrabajo, la batería y especialmente el piano de Camilo Salinas estaban ardiendo: Salinas encontró la forma de ser sutil y explosivo durante cinco minutos que se sintieron como una vida entera (en el buen sentido); esos solos jazzy, ese acompañamiento sutil a la voz de Carlos y, sobre todo, esos aporreos bestiales que le daba al piano incluso con los pies dejó a todo el TMS boquiabierto.

(Quisiera también hacer un inciso para destacar “Un pez”, una debilidad personal: esas baterías filtradas; ese bajo profundo y denso; esas cuerdas sintetizadas y, sobre todo, la profunda voz del homenajeado me llegan a lo más hondo del ser cada vez que la reproduzco. Era un sueño poder escucharla en vivo. Era.)
En fin: este “Mil Cabezas” fue un viaje brutal, que me llevó del trance al headbanging en un segundo sin que me diese cuenta. Grandes invitados como Angelo Pierattini, Edita Rojas, Paolo Murillo, Claudio Valenzuela, Clara Cabezas, Pancho Molina, y otros parte de la fiel banda de Cabezas, impulsaron el ya desbordante talento y creatividad del líder de Electrodomésticos a otra dimensión.

Cuando el último acorde del clásico “El frío misterio” tuvo lugar, no sabía si afuera las calles seguían vacías, si los panfletos seguían oscilando en el concreto; tampoco me paré a pensarlo, pues estaba en presencia de una fuerza mayor: una música que fue forjada a lo largo de cuarenta años y, aunque hecha de ruido, nos dió un refugio durante un par de horas.